El deporte por si solo es un juego en el cual hacemos ejercicio físico, nos divertimos, distraemos la mente, adquirimos ciertas destrezas físicas, etc., en el momento que lo convertimos en competición, adquiere otra dimensión y además de todo lo anterior, entra en juego una nueva variable que saca nuestro lado más competitivo. El deseo de ganar.
No conozco a ningún deportista en condiciones normales, que salga al terreno de juego y no quiera ganar, por la propia naturaleza del deporte desde pequeños se nos inculca el valor de la victoria, y aunque en ciertas ocasiones se nos recuerda que lo importante es participar, generalmente esto nos lo dicen cuando perdemos.

No existen casos documentados hasta la fecha de nadie que tras una victoria grite de alegría y contagie a otros de entusiasmo recordando que lo importante es participar.
Esto no significa que participar no sea importante, en algunas ocasiones sin duda lo es.
Tampoco impide que intentemos sacar el lado positivo de cualquier derrota, aunque indudablemente lo tenga, o que haya derrotas que por cómo se han conseguido sepan a éxito, pero generalmente es la victoria la que nos da la mayor recompensa al sacrificio.
Independientemente del deporte que hablemos, jugadores y afición quieren ganar. Da igual lo que hayan ganado ya, siempre quieren más.
En el deporte el empate no suele existir, en algunos deportes podemos empatar un partido, pero al final de la competición solo puede quedar un ganador. Es difícil pensar en algún deporte al que le quitemos la victoria y mantenga la emoción. Sin emoción no hay entrega, no hay sacrificio, no hay rivalidad. No es lo mismo.
En la empresa a veces nos conformamos con el empate, si le preguntamos a algunas personas por el resultado de un proyecto, por el retorno de una inversión o por cómo ha ido una reunión de ventas, la respuesta puede no ser del todo satisfactoria y podemos encontrar respuestas del tipo de ‘No ha ido del todo mal’ o ‘No ha ido bien, pero tampoco mal’ dando la sensación de que hemos obtenido algo parecido a un empate y lo peor es que nos hemos acostumbrado a esa resignación.
Este deseo por la victoria no siempre es bien entendido, incluso en algunas ocasiones puede llegar a ser interpretado como un factor de ambición desmedida.
El problema no es querer ganar, el verdadero problema es no saber perder. No aceptar deportivamente que la derrota también forma parte del juego y por lo tanto de la vida.

Cuando hablamos de espíritu ganador (no estamos defendiendo la victoria como único indicador del trabajo bien hecho), estamos hablando de una forma de entender la competición, que nos lleva a buscar la excelencia, que nos impulsa a ser mejores porque disfrutamos de lo que hacemos.
Una de las características comunes a cualquier deportista de alta competición es que todos ellos saben que tienen que prestar más atención al proceso que al resultado. Estar pendiente solo del resultado hace perder parte del objetivo, que es competir adecuadamente, cuidando los detalles, manteniendo la concentración, con la actitud adecuada, no desanimándose ante cada fallo y sabiendo que el buen juego traerá el resultado.
En la empresa si bien tenemos cierta actitud ganadora, suele haber excesiva obsesión por los resultados y menos por el proceso, en ocasiones la necesidad de obtener resultados a corto plazo nos hace perder el compromiso con un trabajo bien hecho. El único sitio donde el Éxito va antes que el Trabajo es en el diccionario.
Fuente: http://www.avalonred.com
No conozco a ningún deportista en condiciones normales, que salga al terreno de juego y no quiera ganar, por la propia naturaleza del deporte desde pequeños se nos inculca el valor de la victoria, y aunque en ciertas ocasiones se nos recuerda que lo importante es participar, generalmente esto nos lo dicen cuando perdemos.

No existen casos documentados hasta la fecha de nadie que tras una victoria grite de alegría y contagie a otros de entusiasmo recordando que lo importante es participar.
Esto no significa que participar no sea importante, en algunas ocasiones sin duda lo es.
Tampoco impide que intentemos sacar el lado positivo de cualquier derrota, aunque indudablemente lo tenga, o que haya derrotas que por cómo se han conseguido sepan a éxito, pero generalmente es la victoria la que nos da la mayor recompensa al sacrificio.
Independientemente del deporte que hablemos, jugadores y afición quieren ganar. Da igual lo que hayan ganado ya, siempre quieren más.
En el deporte el empate no suele existir, en algunos deportes podemos empatar un partido, pero al final de la competición solo puede quedar un ganador. Es difícil pensar en algún deporte al que le quitemos la victoria y mantenga la emoción. Sin emoción no hay entrega, no hay sacrificio, no hay rivalidad. No es lo mismo.
En la empresa a veces nos conformamos con el empate, si le preguntamos a algunas personas por el resultado de un proyecto, por el retorno de una inversión o por cómo ha ido una reunión de ventas, la respuesta puede no ser del todo satisfactoria y podemos encontrar respuestas del tipo de ‘No ha ido del todo mal’ o ‘No ha ido bien, pero tampoco mal’ dando la sensación de que hemos obtenido algo parecido a un empate y lo peor es que nos hemos acostumbrado a esa resignación.
Este deseo por la victoria no siempre es bien entendido, incluso en algunas ocasiones puede llegar a ser interpretado como un factor de ambición desmedida.
El problema no es querer ganar, el verdadero problema es no saber perder. No aceptar deportivamente que la derrota también forma parte del juego y por lo tanto de la vida.
Cuando hablamos de espíritu ganador (no estamos defendiendo la victoria como único indicador del trabajo bien hecho), estamos hablando de una forma de entender la competición, que nos lleva a buscar la excelencia, que nos impulsa a ser mejores porque disfrutamos de lo que hacemos.
Una de las características comunes a cualquier deportista de alta competición es que todos ellos saben que tienen que prestar más atención al proceso que al resultado. Estar pendiente solo del resultado hace perder parte del objetivo, que es competir adecuadamente, cuidando los detalles, manteniendo la concentración, con la actitud adecuada, no desanimándose ante cada fallo y sabiendo que el buen juego traerá el resultado.
En la empresa si bien tenemos cierta actitud ganadora, suele haber excesiva obsesión por los resultados y menos por el proceso, en ocasiones la necesidad de obtener resultados a corto plazo nos hace perder el compromiso con un trabajo bien hecho. El único sitio donde el Éxito va antes que el Trabajo es en el diccionario.
Fuente: http://www.avalonred.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário